Se me chorrearon los ajolotes con Bardo

Qué mejor metáfora visual, qué mejor analogía para describir un evento vascular cerebral que el que un paciente vaya en el metro(tren de la vida, la circulación) y se le escurran o derramen los ajolotes, “se me chorrearon los ajolotes”, hasta parecería una poesía de Mario Santiago Papasquiaro. Así comienza Bardo y el resto de la película solo es la proyección, la exponenciación de lo que acontece o acontecería en una fracción de segundo de la mente de quien se encuentra entre las fronteras de la vida y la muerte, en el Bardo Thodol que se describe en el Libro Tibetano de los muertos, aquí refiriéndose a Alejandro González Iñárritusi hoy muriera. Me atrevería a afirmar que quienes no han vivido una experiencia cercana a la muerte, un viaje psicodélico o leído El libro Tibetano de los muertos quizá no les será tan fácil entender lo que ocurre en las 3 horas de poesía disfrazada de película que nos presenta Alejandro González Iñárritu.

Falsa crónica de unas cuantas verdades deja muchas preguntas y enseñanzas, ¿qué es una experiencia psicodélica bien hecha?, ¿acaso no es una desenfrenada necesidad o arrebato por aventarse al vacío? Pues eso hace precisamente, porque se abre el pecho y nos muestra lo que carga, que dicho sea de paso, esa misma carga no tiene por qué ser “correcta, certera o atinada”, o sea, no tenemos por qué coincidir ahí, pues el que se sincera y se abre no lo hace para recibir condescendencia sino por la pura necesidad de abrirse y soltar lo que ya no desea cargar.

Volvamos entonces al lapso del accidente, del derrame cerebral;se chorrean los ajolotes, comienza a en un estado comatoso -en el Mictlan-, a vivir en su mente lo que quizá hubiera querido vivir si aún viviera. Cuando una chica o bato ponen en Facebookun ¡ya te olvidé! Con dedicatoria a su ex, sabemos muy bien que es porque aún no lo olvida, cuando González Iñárritu nos dice que ya no escucha a lo que le diga Guillermo Arriaga interpretado por “Luis” en esta película en el fondo nos está diciendo que le sigue doliendo el amigo porque obviamente aún le importa y aún lo quiere, tan así que decide usar los mismos colores y manejo de sombras que Guillermo en la portada de su novela El Salvaje, que ahora con muchas ganas leeré.

Y esa misma relación amor y odio con Guillermo Arriaga es la que tiene Alejandro con México y sus especialistas en cine, con EEUU, con la industria del cine, consigo mismo, vaya, hasta nos lo dice en una parte de cómo se exige para luego despreciarse, no podemos a fin de cuentas ser con los demás, diferente a cómo ya somos con nosotros mismos.

A veces podemos entrar en un estado alterado de la concienciasin la necesidad de tomar psicodélicos, a veces hay personas que son un mismísimo viaje y eso es esta película, si vemos escenas cómo la escena de baile en el momento de los acertados silencios y la elevación de la bola disco, la voz en off de Let´sDance de David Bowie, mientras Silverio (Alejandro) baila, si estamos lo atentos que merece esta obra verán -o sentirán, mejor dicho-, cómo les despeina la glándula pineal, lo mismo pasa con la campanita que suena en los momentos precisos, con los saltos en el desierto, con la charla con el padre o con la madre, qué manera tan elegante de Alejandro de decirle a todos sus detractores que mientras ellos bailaban cumbias mentales él estaba en una frecuencia un poco más Bowie, no porque sea mejor una que otra sino simplemente distinta.

De esta película mucho nos deja Alejandro o Silverio, nos muestra su parte más humana, nos dice que para el un mexicano no tiene un derrame cerebral… se le chorrean los ajolotes, no muere… se queda en el Mictlan y si lo hace, si fenece… lo festeja y se la pasa silbando “qué bonito es un entierro” que seguro quienes hayan visto Fando y Lis de Alejandro Jodorowsky identificarán a la primera. Entre el amor y el odio, entre México y Estados Unidos, entre la vida y la muerte, con alegorías de un derrame cerebral representado con una chorreada de 3 ajolotes por los tres coágulos, con ese amor odio a México tan presente en el dolor por ver los muertos por todos lados y por otro la decepción de un presidente (López Obrador) que vende el país y Alejandro por su cercanía entre Los Ángeles y Baja California lo ve muy claro y sus denuncias de nuevo, son elegantes. 

Quizá la enseñanza más profunda que me deja con los recuerdos específicos de los momentos felices o significativos que Silverio recuerda en este Bardo sería que de acá solo nos llevamos el amor que dimos y que quizás eso sea el único loop infinito de recuerdos en los que habitaremos habiendo dejado este plano. 

Qué bonito viaje es Bardo.

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