Las vaginas y los soles pastan.

Ensayo sobre el amor, la distancia, posesiones, penes, vaginas y saliva.

Es común que veamos parejas que viven lejos, ¿cuántas veces no hemos escuchado de nuestros amigos y familiares el dicho «amor de lejos es de pendejos»? 

Hace unos años, recuerdo una interacción tweetera de Jodorowski en el que una morra le preguntaba, si era posible una relación de pareja si su novio vivía en España y ella en México, la respuesta de Alejandro fue contundente: «si a tu novio el pene le mide más de mil kilómetros sí».
Jodorowski podrá ser gurú de multitudes, incluso mío llegó a ser, pero acá, difiero de su respuesta.

Y es común que muchos conozcamos parejas que viven en diferentes estados, ciudades o países y al saber de esos casos sintamos una especie de pena o lástima mezclada con ternura por ellos. Por el contrario, yo pienso que quizá pudiésemos envidiarles y aprenderles en muchos aspectos. Me explico.

Sé y entiendo cómo se los explicaron, pero es mucho más fácil amar a alguien cuando no está ahí. Lejos de ser una desafortunada necesidad, el vivir separados o estar momentáneamente alejados por las circunstancias que sean, y sin verse: es una ventaja.

Cuando estamos en la distancia y nos whatsapeamos, llamamos o eskaypeamos, no esperamos que nuestra pareja, de cosas por hecho, o por sentado, ni que nos lea la mente, o comprenda por default, nos «obligamos» a explicar con detalles el como nos fue en el día, qué hicimos, incluso a describir nuestras emociones lo mejor posible, compartir fotos, videos, música. No nos queda más que hacer eso que es la fórmula secreta de las relaciones de largo plazo: comunicarnos.

Aprendemos a aceptar que el otro puede vivir sin nosotros y por ende, aprendemos a ser ese tipo de persona auténtica que alguien libremente escogería de entre todas las opciones. Le echamos ganitas.

Byul-Chun Han en su obra: «La sociedad de la transparencia» (editorial Herder) al referirse a los «objetos de deseo» es certero al compartirnos que lo que hace a un objeto cultual es el hecho de que no cualquiera lo puede ver, o sea, si las obras que se exhiben en el Louvre, estuvieran al aire libre, por el hecho de retirar las paredes y el cristal que la separan del «cualquiera» las rebaja de categoría, vulgariza o hace mundano, o sea que las paredes, vitrina y el que no sea fácil verlas es lo que las vuelve cultuales.

 En las parejas nos ocurre algo parecido. Al no poder verse diario, se convierten en objeto de deseo, las paredes son la distancia que se han tomado y con el ingrediente de la comunicación establecida, comenzamos a tener una verdadera relación, en la que cada uno se transforma en una obra de arte, objeto de culto, NEO interesante que es apreciado por el de en frente.

Las parejas distanciadas también se pueden beneficiar de lo que los celos nos impiden a veces: admitir que nos gusta sentirnos deseados, admirados y salir con alguien sin que se hagan demasiadas preguntas por ello, en otras palabras: una aparente deslealtad superficial nos ayuda a ser profundamente leales.

En la distancia apreciamos mejor, así trabaja nuestro cerebro. Siempre está presente en el sentido de «lo que notamos» lo que aún no está con nosotros, como el auto que deseamos, el clima que extrañamos, la casa que queremos, el dinero que aún no tenemos, pero apenas algo pasa a ser de nuestra «posesión» y desaparece. Solamente percibimos lo que aún no tenemos.

Por eso la importancia de lo que habla Byul-Chun referente a lo cultual de las cosas al no estar a la vista, y si bien no somos cosas, somos individuos, desgraciadamente para nosotros, desde mucho antes del inicio de la era industrial y la de la información, la cada vez mayor dependencia del ser humano a cosas, nos ha obligado a cosificarnos unos a otros (percibirnos y tratarnos como cosas) y con ello, al «poseer» a alguien nos integramos/fusionamos con ese ser y lo desaparecemos.

Con esta información sistemáticamente e inconscientemente tatuada en nuestras mentes, quizá la mejor forma de olvidarte de tú pareja, es asegurándote que esté contigo, por el resto de su vida. Pum.

Al estar distanciados podemos paladear un poco del sutil sufrimiento de la soledad. No tenemos que lidiar con alguien que es en apariencia diferente, que no le gusta que no se cierre la puerta del baño, qué opina que las toallas deben de ir en un cajón especial o que entiende a sus prioridades como no negociables o por encima de las tuyas.

Comenzamos a ver a la pareja entonces, como la persona incorrecta, sin darnos cuenta de que es la persona correcta, pero que sólo está tratando de hacer a cómo puede y cómo le enseñaron, algo aparentemente difícil: compartir un espacio.

Al final, pareciera que es más fácil amar, que compartir una recámara o un baño, y sí, en lo primero solo fluyes, en lo segundo negocias.

Y si bien, no estoy proponiendo que las parejas se distancien para mejorar, creo que podemos aprender muchísimo de estas relaciones para amablemente bregar en futuras relaciones exitosas a largo plazo, los puntos clave que nos obsequian son:

-Comunicarnos mejor, con todos los detalles posibles en palabra, escrito, foto, señas o texto.

-No dejar de mostrar interés, pero respetando espacio, sin sofocar ni suponer, ya usando la herramienta número uno, preguntamos si en ese momento quiere estar solo/a, preguntar, preguntar, preguntar y contestar, contestar, contestar, como nos gustaría que nos contesten o pregunten.

-Observar a nuestra pareja como una obra de arte y por lo mismo tratarle con el cuidado que se trata una obra.

Así, con suerte y un poco de salivita, podremos cambiar el «nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido» por un : «uno sabe lo que quiere cuando no lo tiene»… por eso, porfitas plis, no tengamos ni poseamos a nadie.


CarLost Patricio Collado Zamarrón

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